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Ramón Maurel Experto en Liderazgo Coaching y Liderazgo

La matriz de la mediocridad en la gestión de FM&S (y cómo salir de ella)

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Cuenta la mitología que Dédalo construyó unas alas con cera de abejas y las plumas de aves para escapar de la isla de Creta donde estaba preso junto con su hijo Ícaro.

Antes de emprender el viaje, Dédalo le dijo a Ícaro: “Ten cuidado con volar demasiado alto, pues si te acercas mucho al sol, éste derretirá tus alas”. Y ambos se lanzaron a volar.

Poco a poco, Ícaro estaba más y más confiado con sus alas y comenzó a volar más y más alto, hasta que sin darse cuenta se acercó al sol, lo que derritió la cera de sus alas y delante de su padre, murió al caer al mar.

La lección que ha quedado la conocemos todos: si destacas, si vuelas muy alto, si no deseas ser parte de la multitud, la caída será terrible.

Pero hay otra parte de la leyenda que se ha olvidado, puesto que Dédalo le dio otra advertencia a su hijo: “si vuelas demasiado bajo, el agua del mar mojará tus alas y te impedirá volar”.

Volar alto es peligroso, cierto, pero de lo volar bajo, ya pocos se acuerdan… Y en esa parte olvidada, está el germen de la mediocridad, puesto que apenas hay voces en nuestro día a día que nos recuerden:

  •  El peligro de no dar el máximo de nuestras capacidades en cada cosa que hacemos.
  • Que todos tenemos dones y talentos que nos hacen únicos.
  • Que nuestro trabajo debería ser una fuente de propósito e inspiración (y no solo de ingresos).
  • Que aún la vida más larga es demasiado corta y no merece la pena malgastarla viviéndola ‘a medio gas’.
  • Que en el fondo de nuestra alma, admiramos a los que destacan por haber dado el máximo en cada segundo.

En la gestión en general y particularmente aquí, en áreas de Facility Management, quien no trabaja para servir no sirve para trabajar, y cuando estamos al servicio de algo que nos entusiasma, conformarse con cumplir el expediente no debería ser, es una opción.

Al igual que Ícaro, el cielo en el que volar y disfrutar, al que todos podemos aspirar por derecho de nacimiento es a la excelencia (no a la perfección): hacer lo ordinario, lo común, de manera extraordinaria.

¿Y cómo se lleva al día a día esa excelencia? ¿Cómo escapar de un entorno en el que se premia la inmediatez (el fast-food, el fast-fashion, el ‘para ayer’) en lugar de lo ‘hecho a conciencia’?

No me canso de repetirlo: actuando en lo pequeño sobre aquellas trampas del día a día que sin darnos cuenta, quizá hemos incorporado como un hábito y que sin embargo, todos tenemos el potencial de cambiar en un instante.

Vamos con algunas de ellas.

Confundir ocupado con productivo

Hay personas que pasan la vida ocupadas estando ocupadas: llamadas de teléfono, reuniones, mails, planificaciones, redes sociales, mensajería, más reuniones…

Vivimos momentos en los que la cantidad de distracciones es enorme y lo realmente complicado es aprender a decir ‘no’ a lo mucho trivial para centrarse lo poco vital.

Los que marcan la diferencia se enfocan en mover las palancas que provocan cambios significativos. Se preguntan constantemente ‘¿Qué es lo que hay que hacer por el bien común?’ en lugar de ‘¿Qué es lo que me gustaría hacer para estar bien yo?’

Y para poder distinguir la señal del ruido, lo vital de lo trivial, es clave tener un propósito de servicio: ¿Para qué hacemos lo que hacemos y qué impacto real está teniendo en la vida de otros?

A partir de aquí, hace falta el coraje de un héroe o el corazón de un león para decir ‘no’ a las distracciones, a lo que nos aleja de nuestro propósito, para poder decir ‘sí’ a lo que nos acerca, a lo que nos inspira y genera un impacto positivo.

Y para llevarlo a lo concreto, a salir de la espiral de la ocupación, te invito a que respondas a esta pregunta: ¿A qué trivialidades vas a decir ‘no’ en las próximas 24 horas, para poder decir ‘sí’ a lo vital que está esperando?

La complacencia frente al cuidado del detalle

Nokiari Kano, allá por la década de los 80, publicó una herramienta analítica que relacionaba las características de un producto o servicio con el nivel de satisfacción de sus clientes o compradores.

En esencia, el modelo de Kano se basa en clasificar los atributos del producto o servicio en diferentes clases:

  • Los ‘básicos‘ son los mínimos con lo que debe contar el servicio (p. ej. que funcione el suministro eléctrico, la mensajería, la limpieza…).
  • Los ‘deseados‘, que son aquellos solicitados por el usuario y que marcan una diferencia (p. ej. internet de alta velocidad, uso de energías limpias…).
  • Y los ‘motivadores‘: aquellos que sorprenden al cliente (ya que los valora) pero no esperaba encontrarlos (p. ej. un ramo de flores naturales con una tarjeta manuscrita de bienvenida al entrar la habitación de un hotel).

Cumplir con lo básico, en ‘lo que me piden y punto’, ‘por lo que me pagan’ es cómodo sí, pero mediocre.

Sin embargo, la excelencia es lo que marca la diferencia:

  • Esa última revisión para comprobar que todo se ha hecho.
  • Ese buscar la manera de tener un trato cercano con los clientes.
  • Lograr que todo esté impecable.
  • Que nadie se acuerde de ti (porque todo funcionó a la perfección).
  • Convertir en un hábito el invertir tiempo en pensar cómo podemos cuidar más y mejor el detalle constantemente (no solo una vez, no solo en ocasiones, no de manera esporádica).

Y la pregunta para salir de la complacencia en los pequeños detalles es: ¿Qué elemento sencillo puedes incorporar en las próximas 24 horas para deleitar a tus clientes, compañeros, proveedores o jefes?

Las palabras frente a las acciones

Confucio decía “que tus palabras no se avergüencen de tus hechos”. Hablar es sencillo; opinar sobre lo que ‘se debería de hacer’ y especialmente ‘sobre lo que otros deberían hacer’ es tan fácil, como devastador para la imagen de un líder.

Siempre es más sencillo estar de espectador de los acontecimientos que de protagonista, dejar que otros tomen las decisiones en lugar de decidir y arriesgar. De callar, en lugar de levantar la voz para expresar tu opinión honesta.

Nuestros pensamientos y nuestras palabras no cambiarán el mundo. Nuestras acciones, por pequeñas que sean, sí. Los líderes siempre actúan y sus acciones son las que hablan por ellos. Sí, volar alto tiene riesgo… pero ¿no crees que la sensación merece la pena?

En este caso, la pregunta para comenzar a accionar hacia la excelencia es: ¿Qué acción tangible y visible por los demás (y que quizás llevas tiempo postergando,) puedes poner en marcha en las próximas 24 horas?

Las excusas frente a resultados

El éxito tiene muchos padres; el fracaso, es huérfano.

Seguro que lo has visto cientos de veces: ante la falta de resultados ‘florecen’ todo tipo de excusas, se trata de ‘escurrir el bulto’ (a modo ‘yo solo pasaba por aquí’), se culpabiliza a quien sea o a lo que sea… todo con tal de no asumir una responsabilidad.

Quien se excusa por sus fracasos, debería de excusarse por sus éxitos y ante un error, lo primero es arreglarlo (sin más) y luego, analizar porqué ha ocurrido para que no vuelta a repetirse. Punto.

Los éxitos no siempre llegan cuando queremos: a pesar del trabajo bien hecho, de la dedicación, del mimo y el cariño por cada acción no todo está en nuestra mano para lograrlo. Pero lo que sí que está en nuestra mano es adoptar una actitud responsable, comenzando por eliminar cualquier excusa, queja o traza de victimismo que no aportan nada inspirador y sí mucho desmotivador.

Y la pregunta que te dejo es: ¿Qué excusas te estás poniendo a ti mismo (y a lo demás) en lugar de estar focalizado en conseguir los resultados que deseas?